lunes, 17 de agosto de 2015

San Martín, constructor de repúblicas

1- San Martín, constructor de repúblicas
Luis Alberto Romero
La figura de San Martín, como la de cualquier otro personaje destacado del pasado, nos ofrece diferentes perfiles, de acuerdo con nuestras cambiantes preocupaciones. Creo que hoy deberíamos mirar no sólo al general victorioso sino, sobre todo, al constructor de repúblicas.
Paradójicamente, San Martín, educado en la España absolutista, era un monárquico liberal. Sostuvo esa idea pero pronto advirtió que la voluntad republicana estaba profundamente arraigada en los nuevos estados hispanoamericanos. Así, San Martín creó repúblicas, fundadas en la ley, con gobiernos limitados, división de poderes y libertades individuales garantizadas. Nada de eso era sencillo por entonces. Los gobiernos hispanoamericanos siguieron el ejemplo de Simón Bolívar, quien al cabo de varias experiencias frustradas, encontró en la dictadura, al estilo romano, el único régimen viable.
Este San Martín republicano, que defendió el principio contra las incitaciones de su época, nos da el ejemplo que hoy necesitamos en la Argentina. La Constitución de 1853 estableció el sistema republicano, que funcionó durante varias décadas, aunque no se llevó bien con el sufragio universal. Su tradición se fue perdiendo entre los años de 1930 y 1940, en momentos en que era cuestionada en todo el mundo. En la segunda posguerra, el mundo recuperó el aprecio por la democracia institucional, mientras que en la Argentina -con algunas excepciones notables- se alternaron dictaduras militares con autoritarismos democráticos, fundados en la voluntad unívoca del pueblo.
La imagen de San Martín no fue ajena a esos cambios en las preferencias políticas. Poco después de su muerte, con un Estado por construir y una nación por crear, Bartolomé Mitre, hombre de Estado e historiador, encontró los mitos necesarios en las figuras de Belgrano y San Martín. Uno había muerto antes de que se exacerbaran los conflictos civiles; el otro, voluntariamente se mantuvo alejado de ellos. La actitud de San Martín fue criticada por sus contemporáneos, pero a la hora de construir un pasado común, no cuestionado por ninguna facción, fue consagrado como Padre de la Patria. La ceremonia consagratoria fue la repatriación de sus restos en 1890. Poco antes, Mitre había completado su Historia de San Martín y de la Independencia Sudamericana, que durante mucho tiempo fue canónica.
Por entonces, los vientos ya comenzaban a cambiar en la Argentina, transformada por la inmigración masiva y acuciada por la pregunta acerca del "ser nacional" y su esencia, difícil de contestar en un país con tantos extranjeros como nativos y cuya capital era una Babel de lenguas. El "ser nacional" fue desde entonces objeto de enconadas querellas, en las que se jugaba el poder de hablar en nombre de la nación.
La querella se extendió al pasado, reavivando conflictos que parecían superados, y eso engrandeció la figura sanmartiniana, por encima de todos. Pero gradualmente la imagen de San Martín fue variando, sobre todo cuando sus intérpretes eran actores con voces fuertes y con capacidad para incidir en el Estado, y particularmente en la escuela.
Desde principios del siglo XX, el Ejército comenzó a presentarse como el custodio de los valores últimos de la nacionalidad, por encima y más allá de las instituciones de la República. En los años 30 el presidente Justo fundó el Instituto Nacional Sanmartiniano, y la estatua ecuestre del prócer presidió todas las plazas del país. La nueva biografía oficial, escrita por José P. Otero, destacó la relación entre San Martín y una "argentinidad" esencial que se adecuaba al proyecto de homogeneización nacional propio de las fuerzas armadas.
La Iglesia católica, también en pleno crecimiento, sostuvo su propia versión de la homogeneidad: la Argentina era una nación católica. Para incorporar a San Martín debió disimular su pertenencia masónica; lo acogieron en la Catedral -hay quien dice que solo a medias- y destacaron su preocupación por asegurar los servicios espirituales de sus ejércitos.
En tiempos de política democrática, el radicalismo tuvo su versión de San Martín. En El santo de la espada, Ricardo Rojas deslindó el componente militar y católico, pero ubicó al héroe en la estirpe de los héroes románticos, capaces de vincular lo divino con lo humano, y no dejó de relacionarlo con la figura de Yrigoyen. En cuanto al peronismo, en 1950 -declarado "año de Libertador San Martín"- asoció la figura del Libertador con la del Conductor. Posteriormente, nadie ha dejado de intentar ligarse con su figura, desde la revolución Libertadora o Montoneros hasta los cultores de Che Guevara, pasando por la Triple A.
En estos años dedicados al Bicentenario del proceso de emancipación, la figura de San Martín aparecerá recurrentemente. En 2017 sin duda se lo recordará con motivo de la batalla de Chacabuco. Habrá confrontación de imágenes y el gobierno que pronto elegiremos se inclinará por una de ellas. Ojalá sea aquella que rescata la honestidad, la modestia, la parquedad y sobre todo su apego a los valores republicanos y a la libertad. Todo lo que hace unas décadas considerábamos ya definitivamente adquirido, hoy es otra vez una aspiración, necesitada de un mito fundador.
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2- Secretos y enigmas de San Martín antes de convertirse en el Padre de la Patria
Juan Pablo Bustos Thames
Antes de librar las batallas por la independencia de Argentina, Chile y Perú, su historia familiar y carrera militar generaron varias interrogantes
El 6 de Abril de 1775, el capitán español Don Juan de San Martín llegó con su familia al más grande de los pueblos de las antiguas y abandonadas Misiones Jesuíticas: Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú o Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú. Ni bien arribó, asumió como teniente gobernador. Al poco tiempo, al recrudecer las hostilidades con los portugueses basados en Brasil, Don Juan debió salir de campaña, cruzando el río Uruguay, con la tropa disponible, a la que agregó un batallón de 500 indígenas. Desde el pueblo de San Borja dirigió operaciones defensivas contra los ataques lusitanos, aliados con los indios minuanes.
En Febrero de 1776 nació su cuarto hijo, Justo Rufino, en Yapeyú. Firmada la paz con Portugal, puso a trabajar a sus milicias desocupadas en los hornos de tejas y ladrillos que había construido en Paysandú. Orgulloso, escribió a su superior: "Lo que tengo hecho en dos años, no lo habrían hecho los jesuitas en seis, aunque parezca mal que lo diga".
Es por esa época en que nació su quinto y último vástago, José Francisco. Es mayormente aceptado que nació el 25 de Febrero de 1778. Los argumentos para esta precisión son dos. Primero, el fray dominico Reginaldo de la Cruz Saldaña Retamar había publicado el texto de la supuesta fe de bautismo del prócer con esa fecha en la revista Ensayos y Rumbos N° 9 (setiembre de 1921). En segundo término, tenemos la propia partida de defunción del Libertador, que da cuenta que, a su fallecimiento, el 17 de Agosto de 1850, José de San Martín tenía "72 años, 5 meses y 23 días"; lo cual nos posiciona precisamente el 25 de Febrero de 1778, fecha que fuera tomada por Bartolomé Mitre y la mayoría de los historiadores.
Ahora bien, existen motivos para no estar tan seguros sobre esta fecha. En primer término, la fe de bautismo de José de San Martín nunca fue hallada, porque en 1817 las fuerzas portuguesas arrasaron con Yapeyú, su iglesia y registros parroquiales. En segundo lugar, la versión del fray Saldaña Retamar fue puesta en duda, habida cuenta de que nunca exhibió la fuente en la cual se basó para extraer la información arriba transcripta. En alguna oportunidad, el propio fraile confesó que la mentada partida no existía. Finalmente, esa partida habría sido supuestamente encontrada en los archivos de la Curia porteña. Se habría tratado, supuestamente, de una copia de los libros parroquiales de Yapeyú, que se conservaban en ese reservorio. Sin embargo, a raíz del famoso episodio de la "quema de iglesias" en Buenos Aires, ocurrido en el tumultuoso 16 de Junio de 1955, este desgraciado hecho aparejó también la destrucción de gran parte de los archivos de la Iglesia. Con ello no se pudo jamás corroborar la veracidad de la supuesta acta, citada por fray Saldaña Retamar.
Por otro lado, muchas de las referencias posteriores a la edad del Libertador no coinciden en absoluto, con lo cual existen muchas dudas con respecto a su verdadera fecha de nacimiento. Hay antecedentes que nos indican que habría nacido en 1779: una foja de servicios de las armas hispanas, de 1804, consignaba su edad en 25 años; en una carta de 1843, el propio San Martín menciona tener "64 navidades". Otros nos dan a entender que habría nacido en 1780: otra foja de servicios del ejército español, datada en 1803, le atribuía la edad de 23 años. Sin embargo, la mayoría de los antecedentes retrotraen su natalicio a 1781. Otra foja de servicios de 1808, le daba 27 años; en razón de sus esponsales, en 1812 (recién llegado al Plata), él mismo había declarado tener 31 años; en su pasaporte de ingreso a Francia, en 1828, figuraba con 47 años; en 1834, al escribirle a su amigo Tomás Guido, le contaba que tenía 53 años. Por si esto fuera poco, el propio San Martín, en otra carta al mariscal peruano Ramón Castilla, de fecha 11 de Setiembre de 1848 dice tener "71 años"; con lo que debería haber nacido en 1777; tesis reforzada porque, al ingresar, como cadete, al Regimiento de Murcia, en Julio de 1789, debió contar con, al menos, 12 años, según sostienen los historiadores españoles, ya que ésa era la edad mínima exigida rigurosamente para alistarse, o bien al embarcarse en la fragata Santa Balbina, en 1783, se consignó que tenía 6 años.
Finalmente, Bartolomé Mitre arroja más confusión sobre el tema al referirse a la acción de Cancha Rayada, cuando expresa "la mañana del 16 de marzo, aniversario del natalicio de San Martín". Como sea que hubiere sido; lo cierto es que el Libertador debió nacer en algún momento entre 1777 y 1781 (en un amplio rango de 4 años, que es el período en el cual divergen las diversas fuentes al respecto).
Los San Martín dejan América
Los San Martín partieron desde Yapeyú hacia Buenos Aires a principios de 1781, en donde permanecerían por dos años. Juan adquirió en la Capital dos propiedades: la "casa grande", ubicada sobre calle Piedras, entre Moreno y Av. Belgrano (donde pasó a vivir toda la familia), y la "casa chica" en Monserrat. Juan servía como habilitado del Regimiento de Voluntarios Españoles, hasta que, en 1783, se le ordenó retornar a España. Los siete miembros de la familia, más un criado, embarcaron en la fragata Santa Balbina, y al cabo de ciento ocho accidentados días de travesía, arribaron a Cádiz el 23 de Marzo de 1784.
De allí, Juan y su familia se trasladaron a Madrid, a la espera de un nuevo destino. La situación familiar se tornó desesperante, ya que Juan no percibía sus haberes desde hacía un año. Recién en Julio empezaron a abonarle sus sueldos atrasados, lo cual se hacía con cuentagotas; pero no se le daba ningún destino. Juan reclamaba también, vanamente, el rango de teniente coronel, o que se le diera de nuevo destino en América, sin que nada se le contestara. Debió vender sus propiedades en Buenos Aires para hacer frente a sus penurias económicas y mantener a sus hijos.
Desesperado, en 1785, apelando a "las reales piedades de Su Majestad", en función de sus treinta y siete años de leales servicios "en destinos penosos y de mucha fatiga", solicitaba su retiro como teniente coronel, para poder avocarse a educar a sus "cinco hijos jóvenes, sin educación ni carrera". En respuesta, se le concedió el retiro, destinándoselo a Málaga, pero sin concederle ascenso alguno. Lo agregaban como capitán al Estado Mayor, con sueldo menor al de teniente.
Fue allí que los San Martín alquilaron una vivienda en la calle Pozos Dulces por dos reales diarios. Allí el matrimonio pudo educar a sus hijos, ya que durante su estancia en Madrid (de alrededor de dos años) no habían podido mandarlos a ningún establecimiento educativo. En Málaga, los enviaron a la Escuela de las Temporalidades, donde se impartía educación básica y gratuita. Allí aprendería José a escribir (tendría una aceptable caligrafía, aunque una mala ortografía), los rudimentos matemáticos, destacaría en el dibujo y también en la guitarra, arte que perfeccionaría más adelante, con lecciones particulares del compositor Fernando Sors.
Aprovechó también Juan para mover sus influencias en el Ejército, para incorporar allí a sus hijos, como cadetes. Su persistencia empezó a dar frutos. En 1788 Manuel Tadeo y Juan Fermín Rafael fueron admitidos en el Regimiento de Infantería de Soria "El Sangriento", y partieron hacia Valencia, a asentarse allí.
Al día siguiente de una fecha mundialmente célebre, el 14 de Julio de 1789, día de la toma de la Bastilla parisina; José Francisco era admitido como cadete en el Regimiento de Infantería de Murcia "El Leal", con asiento en Málaga. Es decir, en la misma ciudad donde ya vivía con sus padres. El 21 ingresaba al cuartel, y vestía, por vez primera, el uniforme blanco de cadete, con un cordón plateado, desde el hombro hasta el pecho.
Sus primeros tiempos en el cuartel significaron entrenamiento físico, destreza con los armamentos y "academia", es decir, instrucción militar, empezando por las Ordenanzas de Carlos III, que regían el funcionamiento del Ejército Español. Luego vendrían las clases de matemáticas, fortificaciones, manejo de armas blancas y de fuego; con las correspondientes normas de aseo, higiene, limpieza del uniforme; así como también la dura disciplina que se impartía a los cadetes. De este modo empezaba a forjarse el temple del hombre que, en una cuestión de pocos años, liberaría a todo un subcontinente.
El autor es abogado e ingeniero. Autor de diversos libros sobre historia argentina.

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