domingo, 28 de junio de 2015

La entrañable Calle Angosta...


LAS CANCIONES
27.- CALLE ANGOSTA
Uno de los numerosos encantos de los pueblecitos argentinos, allá por los años cincuenta y sesenta, era esa típica animación de sus calles, muy diferente a la de la época actual, en que la circulación automovilística ha acabado con la idea de la calle como protagonista. Antes se vivía en las calle de los pueblos: allí jugaban los muchachos a sus juegos y los perros campaban a sus anchas.
A mitad de camino uno se podía detener en sus bares o boliches, para tomar un trago, saludar a los amigos y hasta para entonar una canción o tocar una guitarra. Esas calles de antaño eran calle para vivir y ahora sólo sirven para circular por ellas. Y esta cueca nos cuenta esta popular historia de la calle angosta, que ha figurado con asiduidad en el repertorio de los mejores intérpretes del folklore.
CALLE ANGOSTA - Cueca
Letra y Música: J. Zavala
Calle angosta, calle angosta,
la de una vereda sola.
Yo te canto porque siempre
estarás en mi memoria.
Sos la calle más humilde,
de mi tierra mercedina:
en los álamos comienza
y en el molino termina.
Calle angosta, calle angosta,
¡si me habrán ladrao los chocos!
Un tuntún era y estaba
a dos picos la tonada.
Calle angosta, calle angosta
la de una vereda sola.
Tradicionales boliches:
Don Manuel y Los Miranda.
Frente, cruzando las vías,
¡Don Calixto, casi nada!
Cantores de aquel entonces,
ahi en rueda se juntaban
y en homenaje de criollos
siempre lo nuestro cantaban.
Calle angosta, calle angosta,
¡si me habrán ladrao los chocos!
Un tuntún era y estaba
a dos picos la tonada.
Calle angosta, calle angosta
la de una vereda sola.
VOCABULARIO
angosta: estrecha vereda: acera
sos: (arg) eres
mercedino: del municipio cuyano de Villa Mercedes en San Luis o del salteño La Merced
ladrao: (arg) ladrado
choco: (americ) perro de aguas; perro rufo de pelo crespo y ensortijado
tuntún: estribillo, repetición fastidiosa
pico: (arg) peso o moneda
boliche: (arg) bar, pequeña tienda
criollo: autóctono; se contrapone a indio y a foráneo
En 1875, cuando llega la primera línea del Ferrocarril Central Oeste Argentino, se construyó una estación de trenes 4 km al norte de la ciudad. Se intentaba unir así Rosario con Córdoba y sacar un ramal que llegara a Cuyo para absorber la producción regional. Así, Villa Mercedes se convirtió en punta de rieles.
La famosa Calle Angosta tiene su historia: por detrás de las vías del tren, a la altura de la estación ferroviaria, se fue configurando un angosto pasaje, por donde pasaban las carretas que traían la producción del norte de la provincia, para ser embarcada en tren hacia Buenos Aires. Recorrían la calle De los Alamos y pasaban por un sendero para salir a la "Calle ancha", como se conocía a Tres de Febrero (hoy Pedernera). Se hizo más angosta cuando el ferrocarril tendió un alambrado que le quitó varios metros.
Enfrente fueron construidas las casas de los empleados del ferrocarril. Eso la convirtió en una calle de una sola vereda. En los almacenes de ramos generales (como los de Cándido Miranda, Don Manuel, José Orozco, el "Turco" Abraham y Calixto María), cuando los ferroviarios terminaban sus tareas, cantaban música cu yana, convirtiéndose esos lugares en refugios de tonadas y cuecas.
La fama de la calle trascendió al exterior, cuando José Zabala escribió la cueca "Calle Angosta". Todos los años en noviembre, durante el Festival de la Calle Angosta, concursan nuevos valores del folclore puntano.
(Roque Martín Piceda)
Es probable que, de estar vivo, José Zavala hubiera creído que lo que ocurrió con su canción fue una broma originada en su fecha de nacimiento: 28 de diciembre de 1922, Día de los Santos Inocentes.
Es que el Zavalita, que como deuda de gratitud a su añorada infancia compuso Calle angosta, jamás hubiera imaginado que su cueca puntana sería grabada por Mercedes Sosa, Los Chalchaleros, Carlos Torres Vila, Los Cantores de Quilla Huasi, Los Indios Tacunau, Los 5 del Norte, Los Manseros Santiagueños y Tamara Castro, por sólo mencionar algunas versiones. Y que además daría la vuelta al mundo: se cantó en toda América, en la Quinta Avenida de Nueva York en el 98 durante un festival de música puntana, en España y ¡en Japón!, donde la interpretó un coro de argentinitos vestidos como de nieve. Menos aún que ese mismo tema le daría nombre a la Fiesta Nacional que por décimoquinta vez se realizó el fin de semana en Villa Mercedes, San Luis, en el escenario que lleva su nombre y el de su entrañable amigo, el cantor y guitarrero Alfredo Alfonso.
"Mirá Zavalita, esta cueca va a ser tan popular como Luna tucumana y La López Pereyra", le vaticinó Oscar Valles, de Los Quilla Huasi. Y, efectivamente, una señal de lo que ocurrió después la dio el veredicto del jurado que en un Festival de Cosquín de los 60 premió a Los Cinco del Norte por su versión de Calle angosta.
"La cueca, un ritmo característico de San Luis, es pura guitarra. Proveniente de la corriente andaluza que llegó desde Chile, es bailable y expansiva, llena de galanteo y seducción, aunque sin la carga erótica de la zamba", dice Ricardo Miranda, nieto de Don Cándido Miranda, fundador del legendario Boliche de los Miranda que menciona la canción.
Justamente, la cueca de Zavalita es su tributo sencillo, localista, descriptivo, de una callecita ("la de una vereda sola...") que se extiende paralela a las vías del Ferrocarril San Martín (por donde pasaba El Zonda), y en desuso desde que la frase "ramal que para, ramal que cierra" se transformó en uno de esos fatídicos decretos de la administración menemista.
Calle angosta remite a un tiempo de esplendor pueblerino, los años 30 y 40, en que la estación ferroviaria competía con el centro de la villa. La callecita arrancaba en la avenida Los Alamos y terminaba en el molino harinero Fénix. Y además de contar con una serie de almacenes de ramos generales (Don Manuel, Los Miranda y, enfrente, el del vasco "Don Calixto, ¡casi nada!") en los que se vendía la gaseosa nacional chinchibirra, alpargatas o ginebra Bols, sonaban las guitarras de changarines, cocheros de plaza y cantores. El paraguayo Félix Pérez Cardozo, autor de la famosa guaraña Pájaro campana y arpista, era uno de los parroquianos y también circulaban por allí las chicas que ofrecían un rato de placer: La Tijereta y La Pititona, madre e hija, entre las más recordadas. Por eso, Calle Angosta era exclusivo territorio de hombres que se perdían entre el alcohol, el sexo y la música.
Por allí andaba Zavalita, pateando las calles de tierra. El hombre con nombre de personaje de novela del realismo mágico latinoamericano —José Adimanto Inocencio— había nacido en Ojo del río, un pueblito no tan lejano de San Luis. Su papá, Martín, tocaba el violín y su mamá, Rosa, la verdulera. Pero las cosas en el matrimonio no andaban bien y para zafar del malestar, la mujer recorrió 150 kilómetros con el chico y desembarcó en Villa Mercedes, donde al poco tiempo consiguó empleo como cocinera de hotel. Por su encargo, y con solo 5 años, Zavalita comenzó a frecuentar cotidianamente la Calle Angosta: yerba, aceite, azúcar o sal al menudeo eran la excusa por las que se lanzaba a la cercana aunque maravillosa aventura. "Ahí se juntaba con su vecinito, Alfredo Alfonso —Alfonsito— con quien se demoraba, seducido por el sonido de los fonógrafos de esos almacenes de ramos generales, donde se juntaban los vecinos a tocar la guitarra", relata Silvia Zavala, cantante e hija de Zavalita.
Zavalita, compañero de escuela del Mono Gatica ("Se tapaba la cara porque era feo y los chicos lo hacían llorar para vérsela", revela Silvia) y autodidacta musical, tuvo su primer guitarra a los 7 años y aprendió a bordonear mirando los ágiles dedos de Don Lucero o Don Ulpiano Romero.
"Veo en el patio del boliche de mi padre o en Los Miranda a Don Hilario Cuadros, director de Los trovadores de Cuyo, autor de Los sesenta granaderos y tan famoso en Colombia como lo fue Gardel", evoca Félix Máximo María, integrante del multitudinario conjunto Las Cien Guitarras y amigo de Zavalita. "Era tímido, pero emprendedor. A los 16 años se subió a un tren con la ilusión de conquistar Buenos Aires".
Aquel convoy lo llevó a Retiro, en el 41 debutó en Radio Splendid con Los Trovadores de Cuyo, por invitación de Cuadros, "y tocó el cielo con las manos", evoca su hija. Al mismo tiempo, Alfonsito —que también se radicó en Buenos Aires con su padre ferroviario— se sumó a la Tropilla de Huachi Pampa, liderada por el popularísimo Buenaventura Luna, donde también militaba Antonio Tormo.
De Splendid a El Mundo y Belgrano fue sólo un paso y de Los Trovadores pasó a la Tropilla donde permaneció cinco años hasta formar Los arrieros cuyanos. En aquellos años tocó también con Martha de los Ríos (la mamá de Waldo), Nelly Omar y Margarita Palacios. En el 57, durante unas vacaciones en Villa Mercedes, Zavalita conoció a Juan Carlos Mareco, que estaba en la mala. "Compadre Pinocho, yo lo voy a ayudar", le dijo al showman, imitador y cantante uruguayo, abandonado por sus músicos en medio de una gira. La relación profesional se prolongó por veinte años e incluyó trabajos conjuntos en las revistas del Maipo y El Nacional, una prolongada gira por España (donde la nostalgia le inspiró Calle angosta) y una partici pación activa en televisión. El padre de la cueca murió el 29 de abril del 88. Tenía diabetes y no se cuidaba, pero estaba contento porque supo por boca de Atahualpa Yupanqui que en Japón mucha gente preguntaba dónde quedaba y cómo era la Calle Angosta.
"Zavalita, cántemela", le pidió una cantante tucumana, apodada Mecha, en un encuentro musical mercedino unos años antes. La anécdota la recrea Silvia: la Negra Sosa había arrancado con Hay un niño en la calle y le ofreció a papá una copa de vino. Treinta años después le puso su bella voz a la misma cueca. "El no pudo escucharla, pero yo lloré en su nombre".
(Laura Haimovichi para Diario Clarín)
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Vivo a pocas cuadras del lugar, y es el paso obligado. Pero lo voy a corregir en algo, en ese lugar (foto actual) todavía se conservan las costumbres de antes, con sus guitarreadas y sus boliches, logico mas "agiornado"; y no faltan los "chocos" (perros) como dice la cueca ; "si me abran ladrau los chocos" y los "chimilicos" (niños) jugando, quizas sea uno de los ultimos reductos del pasado.

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