Hace unas semanas tuve la gracia de volver a visitar al Santo Padre. Medité mucho que decirle esta vez y decidí que era una oportunidad maravillosa para confesarme con él, para pedirle consejo.
Fui a Roma como peregrino jubilar para rezar ante uno de mis santos “de cabecera”, el Padre Pío, y tuve la enorme dicha de llevar conmigo cientos de pedidos de oración (quizás alguno fuese tuyo). La experiencia de rezar por tanta gente, de conocer las necesidades de tantos y tantos hermanos, sus dramas, sus anhelos, fue muy edificante.
Como decía, volví a ver al Papa Francisco al final de la audiencia general y en los minutos que me dedicó me dijo varias cosas y quiero compartir algunas contigo.
Le lleve un pequeño libro que perteneció a un sacerdote, amigo en común, el padre Cesar Sánchez Aizcorbe, quise dárselo para que lo tuviese presente ese día en que se cumplían 9 años de su muerte, pero el Papa me dijo que mejor no… “estoy muy viejo – me dijo- y me voy a morir pronto, si me lo dejas el libro se va a perder en la biblioteca del Vaticano…” luego me lo bendijo y pidió que yo lo guardara pero me emocionó su respuesta, la evidencia de su vulnerabilidad.
Empecé luego con mi “confesión”, le dije que llevaba muchos años sirviendo a la Iglesia, que mi vocación surgió de muy joven y que después de tantos años, de haber conocido y tratado con tantos “hombres de iglesia” mi fe se apagaba como una vela en la noche…
Me agarro del brazo, se me acerco paternalmente y me dijo que “la conversión del clero es nuestro mayor problema… hay que rezar mucho por ellos, reza por la conversión del clero para que sean verdaderos pastores” y luego añadió tranquilizadoramente… “la fe no la vas a perder, ellos no te la podrán quitar, la Madre(y señaló al cielo) te acompaña y te cuida”.
Cuando ya nos despedíamos volví a insistir (como lo hice en nuestros anteriores encuentros) en que apurase la “limpieza” de la Iglesia, en que no dejase la reforma/restauración inconclusa… mientras se alejaba para hablar con el siguiente peregrino me dijo “yo solo no puedo… necesito que me ayuden… tengo una escoba muy chiquita…” y se alejo sonriendo.
Me fui de Roma con esperanzas renovadas. Confieso que no me resulta fácil rezar por aquellos “fariseos” de nuestro tiempo. No me resulta fácil rezar por aquellos que me han hecho tanto daño… pero lo intentare.
Vox populi vox Dei.
La voz del pueblo es la voz de Dios decía el antiguo axioma latino. De tanto en tanto me gusta escribir, de una forma más personal, a los miles de suscriptores de esta humilde web. Lo hice cuando fui a ver al Padre Pio y lo volví a hacer hace unos días para contarles la experiencia que acabas de leer y pedirles consejo.
He terminado hoy de leer las cientos de respuestas que recibí y me siento muy reconfortado. En las respuestas se hace evidente que lo que a mi me pasa le pasa a muchos más, incluidos religiosos, religiosas y sacerdotes. Se hace evidente que es necesaria una restauración de nuestra Iglesia, un volver al Evangelio, a la Misericordia.
Unidad en la acción. Verdadera comunión eclesial.
Es evidente también, dada la reiteración de respuestas en este sentido, que debemos trabajar por una unidad real entre los laicos y los ministros ordenados, en palabras de una hermana de argentina que “no seamos laicos cómodos, sin responsabilidades, que dejemos todo en manos de los sacerdotes, y que no seamos sacerdotes autosuficientes y autoritarios que despreciemos los dones que el Espíritu ha distribuido entre los laicos”.
Orar, orar y orar.
La inmensa mayoría me hablaba de rezar, de hacer lo que el Papa me pedia, “rezar por la conversión del clero”, pero también por la de los laicos. Rezar por nuestra propia conversión. Porque quien predica lo que no cree es un hipócrita, porque necesitamos más “testigos” y menos teólogos (con perdón de mis amigos teólogos). Menos jueces y mas “enfermeros”. Más confesores y menos inquisidores.
Rezar todos juntos por el Papa y por la conversión del clero y del pueblo de Dios así, me decía una hermana clarisa, “unimos el palo de nuestra escoba al del Papa y la hacemos más grande”. Así, me decía otro hermano (ex religioso franciscano) “ayudamos, de alguna manera, a agregar mas pajitas a su pequeña escoba”
“Trabajar para ser mejores ovejas, así ayudar a ser mejores pastores a nuestros Pastores” concluía su hermoso email otra hermana.
Predicar todo el tiempo y solo cuando sea necesario usar la palabra.
Por último, cambiar nuestro propio actuar, no solo para irradiar hacia los que se han alejado o no conocen a Cristo, la verdadera fe, sino también para dejar en evidencia a tantos y tantos “falsos profetas” y fariseos de nuestros tiempos.
“Ayudamos al Papa cuando cuidamos a nuestra Iglesia hablando y mostrando sus virtudes, su diversidad de carismas, las muchas instituciones asociadas que se preocupan y atienden al pobre, al desvalido, al abandonado…
Colaboramos cuando escuchamos a Dios a través de la Palabra, y es ese nuestro eje central en la vida, cuando nuestras decisiones se toman en oración, y cuando nuestro actuar se vuelve coherente con el evangelio.
No hay que permitir que arranquen a Dios de nuestro corazón, ni del corazón de nuestros hermanos.
¡Estamos llamados a ser esperanzados, perseverantes, comprometidos y valientes!
¡No debemos callar, no debemos bajar los brazos, debemos intentar hacer lo que haría Cristo en el mundo de hoy!”
Son palabras de una hermana chilena y no he encontrado mejor forma de acabar este pequeño post.
Paz y Bien!
PD: Y te pido un favor, si tienes alguna idea más de cómo podemos ayudar al Papa, dímelo. Entre todos podemos ayudar a restaurar nuestra amada Iglesia. Si tienes alguna idea o quieres comentar algo de lo que he dicho, por favor, escríbeme a Gabriel@pazybien.es
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