sábado, 19 de septiembre de 2015

DEJAME QUE TE CANTE, CHABUCA

Quien nos llevó al Perú fue Chabuca Granda.
La idea era conocer en Lima el puente, el río y la alameda.
Nos alojamos en el bello Miraflores. De allí al barrio de Barranco, la patria de Chabuca.
Chabuca es sinónimo de Lima, sin embargo nació como María Isabel Granda Larco en un asentamiento minero del sureño Apurímac el 3 de septiembre de 1920. Era hija del ingeniero Eduardo Granda y de Isabel Larco.
‘He visto la luz muy cerca del sol de los incas. Soy hermana orgullosa de los cóndores. Nací en un lugar tan alto que solía lavarme la cara con las estrellas’.
Su infancia transcurrió en ese lugar profundo de los Andes, donde las piedras repetían las canciones tristes de los coyas explotados por el feudalismo minero. Supo del amor de las domésticas indias y con ellas conoció la poesía y su lengua. ‘Que bello idioma es el quechua’.
De esos montes bajó con el mandamiento de agrandar la vida.
Isabel, Isabela, Chabela, Chabuca, de piel blanca, ojos profundamente azules y gran corazón, creció entre gente india y afroperuana. De allí surgió su respeto y su amor por ellos.
Ellos fueron la academia de la futura innovadora de la música criolla. Chabuca terminó manejando con enorme maestría los ritmos negros, tan sugerente de colores, que enriquecieron la música popular peruana.
A sus 5 años la familia, de clase media alta, se instaló en Lima. El clima húmedo de la capital no le cayó bien a la niña y sus padres se trasladaron al distrito Barranco.
En su niñez Chabuca formó parte de un coro del coqueto Colegio Sophianum. Aprendió a tocar piano y guitarra, aunque nunca estudió música.
Cerca de la casa de los Granda vivía una familia amiga. Allí trabajaba de doméstica una esbelta mulata, Victoria Angulo, de quien la joven Chabuca se hace amiga y entra en contacto con la música negra, que la gente culta limeña desdeñaba. Conoció las jaranas, las marineras, festejos, habaneras.
Su pulso literario encontraba substrato para sus canciones en lo cercano: padre, madre, hijos, en su barrio, en la forma de ser de su gente. Evocaba con nostalgia como se iba perdiendo la Lima de su niñez.
Su fina sensibilidad la convertía en exégeta, en traductora, de los hechos cotidianos de su gente con un talento creativo que le permitió sublimar los sentimientos en rimas y melodías.
Sus versos no hablan de los resplandores de fuego que tienen los soberbios atardeceres de Lima sobre el Pacífico. Esas bellezas se las dejó a los poetas.
Las revelaciones que buscaba no eran sueños desmesurados. El tejido de sus poemas lo urdió con pequeños hechos sutiles, efímeros, que es, al fin y al cabo, con lo que se sustenta la vida cotidiana. Cantó hechos que le pueden pasar a cualquier persona en cualquier lugar del mundo. ‘En todo pueblo hay un puente, un río y una alameda’.
Nos acercó el sonido de los cascos cantando del caballito peruano. Delineó, en son de vals, la fina estampa de su padre, un caballero. Nos contó que esperaba volver a encontrar a José Antonio bajo una garua de junio y acurrucarse bajo su poncho de lino. El Puente de los Suspiros estaba a metros de su casa en Barranco; para ella el puente era un poeta que la espera ‘con su quieta madera cada tarde y suspira y suspiro’.
Chabuca era soprano. Una operación le dio esa voz grave que le conocimos. Aunque nunca supimos cuántos pájaros tenía su voz.
Se consideraba juglaresa. ‘Me puse a contar cantadito todo aquello que llama mi atención. Esa fue mi buena suerte: la juglería’. En la edad media el juglar cantaba de pueblo en pueblo narrando lo que veía.
El tema más conocido de Chabuca es ‘La flor de la canela’.
Dicen que el arte no se explica, pero yo disfruto más si conozco más.
‘La flor de la canela’ tuvo un largo proceso de creación. Distintas etapas, diversas motivaciones, y un objetivo, rescatar del olvido una Lima señorial que la arquitectura moderna estaba borrando. Muchas veces ni la belleza ni la historia pueden con una topadora.
El primer indicio lo tuvo en un almuerzo. A los postres hizo uso de la palabra el historiador Dr. Raúl Porras quien en su alocución pidió ‘piedad para el río, el puente y la alameda’ ya que la nueva urbanización estaba destruyendo distintos sitios históricos de Lima. El orador les rogaba a los frailes que, en sus amenazados claustros, supliquen en nombre de la ciudad ‘de los alcaldes, de los terremotos y de los urbanizadores, líbranos Señor’.
Un día de 1949 mientras Chabuca estaba trabajando en una botica francesa, recibió la visita de su amiga Victoria Angulo, apuesta morena de abolengo, ya que era Madrina de la Primera Cuadrilla de Cargadores del Señor de los Milagros. Chabuca notó que en Victoria asomaban unas canas y un rubor rojo daba vida a su rostro. Ella lo enalteció con las metáforas ‘jazmines en el pelo’ y ‘rosas en la cara’. En el momento de la despedida la esbelta morena le comentó ‘Niña, me voy caminando a mi casa’. Victoria vivía frente al antiguo Puente de Palo, a orillas del rio Rímac, más allá de la Alameda. Su mirada celeste de poeta la vio irse con un andar garboso y elegante ‘por la vereda que se estremece al ritmo de su cadera’.
La revelación final para la letra de su vals la tuvo en una reunión, a la que fue invitada por el músico Oscar Avilés. Es normal entre los limeños hablar uno sobre el otro, por lo que se hace común el impaciente pedido ‘déjame que te cuente’. Para Chabuca, la frase, esa noche, fue una epifanía. Abrió una ventana que daba al balcón, vio su amada Lima iluminada, se le nublaron los ojos, extendió emocionada los brazos y descubrió lo que le faltaba al poema que había iniciado un par de años atrás: ‘Déjame que te cuente, limeño’.
‘Déjame que te cuente limeño,
Ahora que aún perfuma el recuerdo,
Ahora que aún se mece en un sueño,
El viejo puente, el río y la alameda’
El tema quedó oficialmente terminado el 7 de enero de 1950. Lo cantó en público el 21 de julio, en el cumpleaños 59 de Victoria. Chabuca tenía, entonces, 29.
Seis años después era popular en Perú. Trascendió la frontera y ‘La flor’ se fue a Chile, a México, a Colombia. Aníbal Troilo la trajo a la Argentina. La han grabado con grandes orquestas Plácido Domingo y los tenores peruanos Ernesto Palacios y Juan Diego Florez.
El Machu Pichu y la Flor de la canela, son dos identificaciones del Perú.
El 29 de enero de 1976, cuando ‘La flor’ había dado la vuelta al mundo, la Municipalidad de Lima le concedió a Chabuca un diploma por la canción. Terminado el acto, nuestra artista fue a una florería, pidió un ramo de flores y una tarjeta. Se lo llevó a su amiga morena. La tarjeta decía ‘Víctoria queridísima, yo soy la popular pero tú eres la importante’. Esa era Chabuca. Con el tiempo le crecía el corazón.
Ella contaba que en Perú a lo mejor del azúcar lo llaman azúcar flor, a lo mejor del arroz, arroz flor. Para mí –decía- lo mejor de su raza era Victoria: canela flor. ‘Por ella y desde ella pude hacer un pequeñísimo homenaje a una raza que nos devolvió con bondad, ritmo, gracia y elegancia, todo el dolor que se le infirió en tantos años de esclavitud’.
Cuando murió Victoria, alguien, en el cementerio, musitó un fragmento de ‘La flor de la canela’. Chabuca no pudo.
En marzo de 1983 estaba en México. Tuvo un dolor en el pecho. La llevaron a Miami, le practicaron tres bypass. Presintió el final. Chabuca pidió que si moría la trajesen a Lima.
Era de las que pensaba que en la vida nada ocurre por casualidad.
El domingo de febrero que murió Córtazar en París, misteriosamente, Buenos Aires se llenó de mariposas.
La semana que rodeó el día de la muerte de Chabuca, en la capital del Perú las flores tuvieron una rebaja de precio como si el destino hubiese decidido que todos los limeños posean una flor.
Chabuca murió cuando recién se iniciaba el día de la mujer de 1983. Ella, que fue una de las grandes mujeres de América.
Fue grande y humilde. De gran corazón.
Cuando se dio cuenta que se quedaba sin corazón, se fue.
Aquel 8 de marzo, como diría Huidobro, el tiempo y nosotros lloramos.
Con el tiempo, volvimos a cantarla.

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