Pilatos, juez cobarde y sin resolución, había pronunciado muchas veces estas palabras llenas de bajeza: "No hallo crimen en él: por eso voy a mandarle azotar y á darle libertad" Los judíos continuaban gritando: ¡Crucificadlo! ¡Crucificarlo! ¡Crucificarlo! Sin embargo, Pilatos quiso que su voluntad prevaleciera, y mando azotar a Jesús a la manera de los romanos. Entonces los alguaciles, pegando y empujando a Jesús con palos, le condujeron a l aplaza, en medio del tumulto de un pueblo furioso. Al norte del palacio de Pilatos, a poca distancia del cuerpo de guardia, había una columna que servía para azotar. los verdugos vinieron con látigos, varas y cuerdas, y las pusieron al pie de la columna. Eran sería hombres morenos, más chicos que Jesús, tenían un cinturón alrededor del cuerpo, y el pecho cubierto de una especie de cuero o de una mala tela, los brazos desnudos. Eran malhechores de la frontera de Egipto, condenados por sus crímenes a trabajar en los canales y en los edificios púbicos, y los más perversos d entre ellos hacían el oficio de verdugos en el Pretorio. Esos hombres crueles habían ya atado a esa misma columna y azotado hasta la muerte algunos pobres condenados. Parecían salvajes o demonios, y estaban medio borrachos. Dieron de puñetazos al Señor, le arrastraron con las cuerdas, a pesar de que se dejaba conducir sin resistencia, y lo ataron brutalmente a la columna. Esta columna estaba sola, no servía de apoyo a ningún edificio. No era muy elevada, púes un hombre alto, extendiendo el brazo, hubiera podido alcanzar a la parte superior. A media altura había anillas y ganchos. No se puede expresar con qué barbarie esos perros furiosos arrastraron a Jesús. le arrancaron la capa de irrisión de Herodes, y le echaron casi al suelo. Jesús temblaba y se estremecía delante de la columna. Se quitó El mismo sus vestidos con sus manos hinchadas y ensangrentadas. mientras le pegaban, oró del modo más tierno, y volvió un instante la cabeza hacía su Madre, que estaba partida de dolor en la esquina de unas de las alas de la plaza, y que cayó sin conocimiento en los brazos de las santas mujeres que la rodeaban. Jesús abrazó a la columna, los verdugos le ataron las manos, levantadas por alto, a un anillo de hierro que estaba arriba, y extendieron tanto sus brazos en alto, que sus pies, atados fuertemente a lo bajo de la columna, tocaban apenas el suelo. El Santo de los santos fue así extendido con violencia sobre la columna de los malhechores, y dos de esos furiosos comenzaron a flagelar su cuerpo sagrado desde la cabeza hasta los pies. Sus látigos o sus varas parecían de madera blanca flexible: puede ser también que fueran nervios de buey o correas de cuero duro y blanco.
El Salvador, el hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, temblaba y se retorcía como un gusano bajo los golpes. Su gemidos dulces y claros se oían como una oración en medio del ruido de los golpes. De cuando en cuando los gritos del pueblo y de los fariseos venían como una tempestad ruidosa, y cubrían sus quejidos dolorosos y llenos de bendiciones; gritaban: "Hacedlo morir! ¡Crucificarlo! púes Pilatos estaba todavía hablando con el pueblo. Y cuando quería decir algunas palabras en medio del tumulto popular, una trompeta tocaba para pedir silencio. Entonces se oía de nuevo el ruido de los azotes, los quejidos de Jesús, las imprecaciones de los verdugos y el balido de los corderos pascuales que los lavaban en la piscina de las ovejas. Ese balido presentaba un espectáculo tierno, eran las sotavoces que se unían a los gemidos de Jesús.
El pueblo judío estaba a cierta distancia de la columna, los soldados romanos ocupaban diferentes puntos, muchos iban y venían silenciosos o profiriendo insultos, otros se sentían conmovidos, y parecía que un rayo de Jesús les tocaba. Yo vi jóvenes infames, casi desnudos, que preparaban varas frescas cerca del cuerpo de guardia, otros iban a buscar varas de espino. Algunos alguaciles de los príncipes de los sacerdotes daban dinero a los verdugos. Les trajeron también un cántaro de una bebida espesa y colorada, y bebieron hasta embriagarse. Pasado un cuarto de hora, los verdugos que azotaban a Jesús fueron reemplazados por otros dos. El cuerpo del Salvador estaba cubierto de manchas hechas, azules y coloradas, y su sangre corría por el suelo. Por todas partes se oían las injurias y las burlas.
Los segundos verdugos se echaron con una nueva rabia sobre Jesús, tenían otra especie de varas, eran de espino con nudos y puntas. los golpes rasgaron todo el cuerpo de Jesús, su sangre salto a cierta distancia, y ellos tenían los brazos manchados. Jesús gemía, oraba y se estremecía, montados sobre camellos, y fueron penetrados de horror y de pena cuando el pueblo les explico los que pasaba. Eran viajeros que habían recibido el bautismo de Juan, o que habían oído los sermones de Jesús sobre la montaña. el tumulto y los gritos no cesaban al rededor de la casa de Pilatos.
Otros nuevos verdugos pegaron a Jesús con correas, que tenían en las puntas unos garfios de hierro, con los cueles le arrancaban la carne a cada golpe. ¡Ah! ¡Quién podrá expresar este terrible y doloroso espectáculo! Sin embargo, su rabia no estaba todavía satisfecha, desataron a Jesús, y lo ataron de nuevo con la espalda vuelta a la columna. No pudiéndose sostener, le pasaron cuerdas sobre el pecho, debajo de los brazos y por debajo de las rodillas, y le ataron las manos detrás de la columna. Entonces se echaron sobre Él como perros furiosos. Uno de ellos le pegaba en la cara con una vara nueva. El cuerpo del Salvador era una sola llaga. Miraba a sus verdugos con los ojos llenos de sangre, y parecía que les pedía misericordia, pero su rabia se redoblaba, y los gemidos de Jesús eran cada vez más débiles.
La horrible flagelación había durado tres cuartos de hora, cuando un extranjero de la clase inferior, pariente del ciego Ctesifon, curado por Jesús, se precipito sobre la columna con una navaja que tenía la figura de una cucharilla, gritando en tono de indignación: ¡Paraos! no peguéis a este inocente hasta hacerle morir" los verdugos, hartos, se pararon sorprendidos, cortó rápidamente las cuerdas atadas detrás de la columna, y se escondió en la multitud. Jesús cayó casi sin conocimiento al pie de la columna, sobre el suelo bañado en sangre. los verdugos le dejaron, y se fueron a beber, habiendo llamado a los criados que estaban en el cuerpo de guardia tejiendo la corona de espinas.
Mientras Jesús estaba caído al pie de la columna, vi a algunas mujeres públicas, con aire desvergonzado, acercarse a Jesús agarradas por las manos. Se pararon un instante, mirando con desprecio. en este momento el dolor de sus heridas se redobló, y alzó hacia ellas su cara ensangrentada. entonces se alejaron, y los soldados les dijeron palabras desvergonzadas.
Mientras la flagelación, vi muchas veces ángeles llorando al rededor de Jesús, y oí sui oración por nuestros pecados, que subía constantemente hacia su padre, en medio de los golpes que daban sobre Él. Mientras estaba tendido al pie de la columna, vi a un ángel presentarle una cosa luminosa que le dio fuerzas. los soldados volvieron, y le pegaron patadas y palos, diciéndole que se levantara. Habiéndole puesto en pie, no le dieron tiempo para ponerse su vestido, se lo echaron sobre ¡los hombros, y con él se limpio la sangre que le corría por la cara. le condijeron al sitio a donde estaban sentados los príncipes de los sacerdotes, que gritaron. ¡Que muera! ¡Que muera! y volvieron la cara con repugnancia. Después lo condujeron al patio interior del cuerpo de guardia, donde no había soldados, sino esclavos, alguaciles y pillos, en fin, la hez del pueblo.
Como la ciudad estaba en una grande agitación, Pilatos mandó venir un refuerzo de la guardia romana de las ciudadela Antonia. Esta tropa, puesta en buen orden, rodeaba el cuerpo de guardia. podían hablar reír y burlarse de Jesús, pero les estaba prohibido el salir de sus filas. Pilatos quería mantener así al pueblo. Había mil hombres.
Como la ciudad estaba en una grande agitación, Pilatos mandó venir un refuerzo de la guardia romana de las ciudadela Antonia. Esta tropa, puesta en buen orden, rodeaba el cuerpo de guardia. podían hablar reír y burlarse de Jesús, pero les estaba prohibido el salir de sus filas. Pilatos quería mantener así al pueblo. Había mil hombres.
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