Una de las parábolas más profundas en el Evangelio es la parábola del pobre Lázaro y del rico Epulón (Lucas 16, 19-31)… pero de todas las cosas que nos dice Jesús en esa parábola, hoy quiero que reflexionemos un poco sobre el pecado de Epulón… qué fue eso tan grave que le hizo perder el cielo… en dónde radica su culpa…
La parábola nos dice que Lázaro estaba echado a su puerta, hambriento y cubierto de llagas… mientras tanto, Epulón vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente… Epulón no maltrataba a Lázaro… no le pegaba… ni le injuriaba… no le lanzaba improperios… ni mandaba a golpearle… a decir verdad, ni siquiera sabemos si alguna vez Epulón se fijo en el Lázaro que vivía echado a su puerta…
Es curioso… pero Epulón no se condenó por lo que hizo… sino por lo que dejó de hacer… por su falta de caridad y de compasión ante la miseria ajena… ese fue el pecado de Epulón, su indiferencia ante el dolor ajeno…
¿Cuántos de nosotros acudimos al sacramento de la reconciliación pensándonos “buenos” pues no hemos faltado a “ningún” mandamiento?… Si no mato, no robo, no adultero, no calumnio… entonces, cumplo con la “ley” de Dios… Pero se nos olvida que Jesús resumió «toda la Ley y los Profetas» en dos preceptos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… y amarás a tu prójimo como a ti mismo»…
Estamos en Cuaresma y es tiempo de hacer limpieza en nuestros corazones… de reconciliarnos con Dios… con nuestro prójimo… y con nosotros mismos… tiempo de buscar esas cosas que nos atan a este mundo y que no nos dejan abrirnos por completo a Dios… tiempo de mirar a los “Lázaros” que tenemos a nuestro lado y dejar de ser como Epulón…
No hay comentarios:
Publicar un comentario