sábado, 28 de noviembre de 2015

“Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”

En 1830 tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima. Comienza lo que Pío XII llamó la “era de María”, una etapa de repetidas visitaciones celestiales. Entre otras: La Salette, Lourdes, Fátima …
La Virgen se apareció en París a Santa Catalina Labouré para darnos dos mensajes: El primero, decirnos que fue concebida sin pecado, INMACULADA. El segundo, para regalarnos su tercera arma de Madre, su MEDALLA MILAGROSA. Las dos primeras armas eran el Rosario y el Escapulario.
Las apariciones de Nuestra Señora a Santa Catalina Labouré, marcaron el inicio de un ciclo de grandes revelaciones marianas: La Salette (1846), Lourdes (1858) y Fátima (1917)…
“La Señora de la Gruta se me ha aparecido tal como está representada en la Medalla Milagrosa”, declaró Santa Bernardita, que la llevaba al cuello.
La invocación “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”, difundida por todas partes por la Medalla Milagrosa, contribuyó notablemente a crear un clima de fervor generalizado relacionado con el privilegio mariano de la Inmaculada Concepción. Ese clima favoreció que el Papa Pío IX definiera solemnemente ese dogma en 1854. Cuatro años más tarde, la aparición de Nuestra Señora en Lourdes confirmaba de manera inesperada la definición de Roma.
También hay una íntima relación entre la Medalla Milagrosa y Fátima. Un mes antes de morir, en 1876, Santa Catalina Labouré anunció grandes catástrofes, pero aseguró que por medio de la Virgen se alcanzaría la salvación y la paz. Del mismo modo, el 13 de julio de 1917, Nuestra Señora de Fátima, después de anunciar terribles castigos como consecuencia de los pecados de la humanidad, prometió: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.

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