Mujer :un largo camino has recorrido y algo me dice que aún te faltan como cuatro décadas más.Solicita al Altísimo salud ,amor y una vejez de grandes enamoramientos.''YO''
jueves, 8 de mayo de 2025
"PAPA LEÓN XLV"
https://es.aleteia.org/2025/04/29/en-vivo-conclave-cardenales-continuan-reuniones-diarias-para-perfilar-al-futuro-papa/
sábado, 26 de abril de 2025
TE ODIO FRANCISCO
TE ODIO, FRANCISCO
por Chili Obando
Te odio, Francisco, porque no fuiste un Papa, fuiste un escándalo.
Porque cuando todos esperaban un monarca, vos apareciste con olor a calle y a Evangelio.
Te odio porque te bajaste del trono de Pedro y te subiste al bondi con nosotros.
Te odio porque no quisiste vivir en un palacio.
Porque elegiste una piecita chiquita en la Casa Santa Marta, como si la humildad fuera la única corona que te interesaba.
Te odio porque comías con los empleados y no con los príncipes de la Iglesia.
Porque abriste las puertas del Vaticano y dejaste entrar el barro de la humanidad.
Te odio porque te llamaste Francisco, como el loco de Asís.
Y los locos, Francisco, nos desordenan el alma.
Nos hacen ver que el amor no es cómodo, ni diplomático, ni tibio.
Te odio porque no hablaste como un Papa, hablaste como un abuelo sabio que acaricia con las palabras y sacude con el ejemplo.
Te odio porque antes fuiste Jorge.
Ese cura del subte, del mate compartido, de los pies lavados en las villas.
Te odio porque no te importaba caerle bien al poder, te importaba que el pobre no cayera del mundo.
Te odio porque metiste presos a cientos de pedófilos y echaste a cardenales corruptos, sin miedo, sin cálculo.
Te odio porque te animaste a limpiar la casa por dentro, y eso duele.
Te odio porque dijiste lo que nadie se animaba a decir.
Te odio porque no viniste a Argentina.
Porque nos dejaste con las ganas.
Porque nos obligaste a amarte a la distancia, como se ama a los que duelen.
Te odio porque sos peronista.
Y te odio más porque jamás te disculpaste por eso.
Porque tu política era el Evangelio, y eso sí que incomoda.
Te odio porque nos pediste que cuidemos a los viejos y a los niños.
Porque nos hiciste mirar a los costados, cuando preferíamos mirar para arriba.
Te odio porque nos sacaste de la comodidad de las parroquias y nos empujaste a salir, a embarrarnos, a ir al encuentro.
Te odio porque le diste valor a los pequeños gestos.
A ese “buen día” al portero, al “perdón” en casa, al abrazo que llega antes del juicio.
Te odio porque nos invitaste a soñar siempre, y eso es peligroso.
Porque los que sueñan no se conforman.
Te odio porque hiciste de la misericordia tu bandera.
Porque abriste las puertas del Jubileo y nos dijiste que el perdón es un derecho divino, no un premio de los buenos.
Te odio porque abrazaste a los presos, lavaste sus pies, y dijiste que nadie está perdido para siempre.
Te odio porque en Lampedusa lloraste por los migrantes muertos en el mar.
Porque lanzaste flores al agua como quien pide perdón por todo lo que no hicimos.
Te odio porque dijiste que el Mediterráneo se convirtió en un cementerio, y nos dolió.
Te odio porque nunca te diste por vencido.
Porque con 88 años, en silla de ruedas, seguías viajando, hablando, amando, denunciando.
Te odio porque hiciste más con un pulmón solo que muchos con el cuerpo entero.
Te odio porque nombraste cardenales de los márgenes: de los barrios, de África, de Asia, de la periferia.
Porque volviste a decirnos que el centro está en las orillas.
Y te odio porque nos diste vuelta el mapa.
Te odio porque te arremangaste en el Sínodo y escuchaste más de lo que hablaste.
Porque no tuviste miedo de abrir debates, ni de que la Iglesia se parezca al pueblo de Dios, con sus dudas, sus búsquedas, sus heridas.
Te odio porque fuiste a lugares donde nadie iba.
Porque fuiste el primer Papa en pisar Irak.
Porque en Filipinas reuniste la multitud más grande de la historia, y no fue por vos, fue por la esperanza que llevabas.
Te odio porque hablaste en el Capitolio de Estados Unidos y les recordaste que los inmigrantes también tienen rostro y nombre.
Porque en la ONU no hablaste de geopolítica, hablaste de humanidad.
Porque cuando decías “no a la guerra”, yo sentía que me estabas hablando a mí, no a los líderes, sino al tipo común que ya se había resignado.
Te odio, Francisco, porque me hiciste volver a creer que la Iglesia puede parecerse a Jesús.
Porque nos mostraste que el poder, si no sirve, no sirve para nada.
Porque nos dejaste una Iglesia con olor a Evangelio, no a naftalina.
Te odio porque sonreías con los ojos.
Y eso desarma a cualquiera.
Porque en medio del barro,
en medio de tanta miseria y tanto miedo,
vos encontrabas ternura.
Y eso… eso también salva.
Te odio, Francisco,
porque abrazaste a los gays,
a la comunidad LGTB,
a quienes siempre fueron dejados al margen.
Porque cuando todos les daban la espalda,
vos abriste los brazos.
Y no preguntaste cómo vivían.
Preguntaste si sabían que eran amados por Dios.
Te odio, Francisco…
porque te hiciste querer con una fuerza brutal, de esas que no se olvidan.
Porque nos mostraste que el amor verdadero incomoda, desinstala, exige.
Te odio porque tu muerte no es ausencia, es desafío.
Te odio porque ahora te volviste semilla.
Y las semillas, Francisco, ya sabemos lo que hacen:
se entierran, duelen, desaparecen…
y después revientan en vida.
Ahora te odio, Francisco,
porque ya no puedo mirar el mundo sin preguntarme
qué harías vos si estuvieras acá.
Y lo peor, Francisco…
domingo, 20 de abril de 2025
MARIE
En las bulliciosas calles de París en el año 1945, una mujer francesa llamada Marie emprendió un viaje que pronto se convertiría en una historia susurrada entre los lugareños.
Con su fiel baguette metida bajo su brazo y seis botellas de vino tintineando en su cesta, Marie partió para navegar por la ciudad de posguerra.
Entre los escombros y restos de un tiempo turbulento, el espíritu de María permaneció inquebrantable.
La guerra había cobrado su precio en la ciudad, pero la resistencia de su gente se negó a vacilar.
María, con su baguette como símbolo de fuerza y supervivencia, estaba decidida a traer un sabor de la normalidad de vuelta a París.
Mientras caminaba por las estrechas calles adoquines, María se encontró con compañeros parisinos que habían soportado las dificultades de la guerra.
Con una cálida sonrisa y una palabra amable, compartió su baguette y una copa de vino con los que conoció en el camino.
En medio de la desesperación, los simples actos de generosidad de María sirvieron como recordatorio de que la humanidad todavía podía encontrar consuelo en el más simple de los placeres.
Las noticias de la baguette y las ofrendas de vino de Marie se extendieron por toda la ciudad, y pronto, gente de todos los ámbitos de la vida la buscó.
El aroma del pan recién horneado y el tintineo de las botellas de vino se convirtieron en un faro de esperanza para una comunidad anhelando la curación.
Cada día que pasaba, la atmósfera en París comenzó a cambiar.
La guerra había marcado la ciudad, pero la baguette y el vino de María se convirtieron en un símbolo de unidad y resistencia.
Las calles una vez llenas de angustia y tristeza ahora se hacen eco de risas y momentos compartidos de alegría.
El acto de bondad de Marie y su baguette se convirtieron en una leyenda en la ciudad del amor.
La historia de la mujer francesa con su baguette y seis botellas de vino extendidas por todas partes, inspirando a otros a encontrar sus propias maneras de sanar y reconstruir.
Incluso después de que las cicatrices de la guerra se habían desvanecido, María continuó su tradición, compartiendo su baguette y vino con los necesitados.
Su generosidad se convirtió en un símbolo del espíritu indomable del pueblo de París, un testimonio de su capacidad para superar la adversidad.
Y así, la historia de María, la mujer francesa con su baguette y seis botellas de vino, París, 1945, vive como un recordatorio de que incluso en los tiempos más oscuros, el amor, la bondad y los simples placeres de la vida tienen el poder de sanar y unirse.
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