Mujer :un largo camino has recorrido y algo me dice que aún te faltan como cuatro décadas más.Solicita al Altísimo salud ,amor y una vejez de grandes enamoramientos.''YO''
domingo, 25 de febrero de 2018
miércoles, 21 de febrero de 2018
Historia de la Difunta Correa
La Difunta Correa, cuyo nombre original era Deolinda Correa, es un personaje mítico de nuestro país, que encierra una conmovedora historia de amor y fidelidad. Luego de su muerte, se transformó en objeto de culto y devoción, y se le atribuyeron milagros. Su santuario se encuentra en la localidad de Vallecito, provincia de San Juan, y allí es visitada cada año por miles de creyentes de todo el país y de países vecinos, que llegan para pedirle favores, cumplirle promesas o agradecerle por la ayuda o el milagro concedido.
La historia cuenta que, allá por los años 40 o 50, mientras se vivían las lamentables luchas fraticidas entre unitarios y federales, la joven Deolinda Correa estaba casada con Baudilio Bustos, y acababan de tener a su primer hijo. En estos tiempos de guerra y violencia, una tropa montonera pasó por San Juan para robar víveres y reclutar hombres a la fuerza. A pesar del intento de resistirse para no abandonar a su familia, Baudilio fue reclutado y Deolinda quedó desamparada. El Comisario del pueblo, quien deseaba a la hermosa Deolinda, aprovechó esta situación y comenzó a perseguir y acosar a la madre y esposa desprotegida.
Ella sabía que tarde o temprano sería obligada a complacer al Comisario, por lo que decidió escapar tras los pasos de su amado esposo, llevando a su hijo en brazos.
El primer milagro de la Difunta Correa
Prefirió huir por los cerros y valles desérticos, con la esperanza encontrarse algunos arrieros que la ayudaran a llegar a las bases montoneras en La Rioja, antes que convertirse en una amante infiel.
Según cuenta la tradición oral, Deolinda por alguna razón huyó de repente, sin provisiones suficientes y a pie. Intentó seguir el camino de la tropa, a la vez que se ocultaba de una posible persecusión, pero se perdió y deambuló por los cerros hasta llegar a Vallecito, exhausta y deshidratada. Ya sin esperanzas, se sentó e intentó amamantar a su hijo. Mientras ella moría de sed iba alimentando a su niño, y así la encontraron los arrieros. Su hijo seguía vivo alimentándose de sus pechos, desde los cuales aún fluía la leche. Este es el primer milagro que se le atribuye a la Difunta Correa.
Deolinda Correa murió por amor, por ser fiel a su esposo y por salvar la vida de su hijo. Aunque no es reconocida por la Iglesia Católica, se convirtió en una santa popular, la fe en sus milagros alcanzó una inmensa magnitud y se construyeron pequeños santuarios por todo el país, donde los devotos le dejan botellas de agua como ofrenda.
La historia cuenta que, allá por los años 40 o 50, mientras se vivían las lamentables luchas fraticidas entre unitarios y federales, la joven Deolinda Correa estaba casada con Baudilio Bustos, y acababan de tener a su primer hijo. En estos tiempos de guerra y violencia, una tropa montonera pasó por San Juan para robar víveres y reclutar hombres a la fuerza. A pesar del intento de resistirse para no abandonar a su familia, Baudilio fue reclutado y Deolinda quedó desamparada. El Comisario del pueblo, quien deseaba a la hermosa Deolinda, aprovechó esta situación y comenzó a perseguir y acosar a la madre y esposa desprotegida.
Ella sabía que tarde o temprano sería obligada a complacer al Comisario, por lo que decidió escapar tras los pasos de su amado esposo, llevando a su hijo en brazos.
El primer milagro de la Difunta Correa
Prefirió huir por los cerros y valles desérticos, con la esperanza encontrarse algunos arrieros que la ayudaran a llegar a las bases montoneras en La Rioja, antes que convertirse en una amante infiel.
Según cuenta la tradición oral, Deolinda por alguna razón huyó de repente, sin provisiones suficientes y a pie. Intentó seguir el camino de la tropa, a la vez que se ocultaba de una posible persecusión, pero se perdió y deambuló por los cerros hasta llegar a Vallecito, exhausta y deshidratada. Ya sin esperanzas, se sentó e intentó amamantar a su hijo. Mientras ella moría de sed iba alimentando a su niño, y así la encontraron los arrieros. Su hijo seguía vivo alimentándose de sus pechos, desde los cuales aún fluía la leche. Este es el primer milagro que se le atribuye a la Difunta Correa.
Deolinda Correa murió por amor, por ser fiel a su esposo y por salvar la vida de su hijo. Aunque no es reconocida por la Iglesia Católica, se convirtió en una santa popular, la fe en sus milagros alcanzó una inmensa magnitud y se construyeron pequeños santuarios por todo el país, donde los devotos le dejan botellas de agua como ofrenda.

martes, 13 de febrero de 2018
MI CASA, ESTA MUJER.
MI CASA, ESTA MUJER.
Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado. Como ella, con ella, todo a mi alrededor reposa. Cuando ella despierte, también lo harán las cosas. Volverán a abrirse las puertas, correrá el agua otra vez, los pasos avivarán la vieja escalera, caerá de nuevo la luz sobre las plantas. Yo retornaré a mi mesa, a las palabras, y su voz, como un halo, circundará mi día.
Cuando ella se haya ido a su trabajo, alzaré los ojos de la página, y un tapiz, un clavel, un amuleto inesperado en la cocina de la casa repetirán el nombre de esta mujer que todo lo pobló con su presencia y el acierto de sus manos. Ella es mi casa, puerta mayor de acceso al sentido de estos cuartos.
Si el egoísmo o la indiferencia quiebran nuestro encuentro, la casa se oscurece. Como una dura denuncia de soledad sin remedio, las paredes se cargan de presagios, se repliega el color de cada cosa, la casa se vacía, y habitarla es quedar a la intemperie. Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado.
Cuando ella anda lejana, todo es lejano en la casa; con ella se van en tropel las cosas de mi entorno, y estar aquí se vuelve una tortura; acosa cada sitio, cada paso lastima, rincones y objetos se hacen inservibles. Y la casa recuerda, en un susurro triste, que alguna vez supimos ser mejores.
Si renace la alegría, renace la casa. Cuando la lucidez o el deseo vuelven a reunirnos, la casa otra vez se ilumina: tienen sentido mis papeles, cada cuarto es la evidencia de un proyecto. La casa entera es una fiesta y por la vieja escalera vuelve a correr el aliento suave y denso de la vida.
Santiago Kovadloff

Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado. Como ella, con ella, todo a mi alrededor reposa. Cuando ella despierte, también lo harán las cosas. Volverán a abrirse las puertas, correrá el agua otra vez, los pasos avivarán la vieja escalera, caerá de nuevo la luz sobre las plantas. Yo retornaré a mi mesa, a las palabras, y su voz, como un halo, circundará mi día.
Cuando ella se haya ido a su trabajo, alzaré los ojos de la página, y un tapiz, un clavel, un amuleto inesperado en la cocina de la casa repetirán el nombre de esta mujer que todo lo pobló con su presencia y el acierto de sus manos. Ella es mi casa, puerta mayor de acceso al sentido de estos cuartos.
Si el egoísmo o la indiferencia quiebran nuestro encuentro, la casa se oscurece. Como una dura denuncia de soledad sin remedio, las paredes se cargan de presagios, se repliega el color de cada cosa, la casa se vacía, y habitarla es quedar a la intemperie. Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado.
Cuando ella anda lejana, todo es lejano en la casa; con ella se van en tropel las cosas de mi entorno, y estar aquí se vuelve una tortura; acosa cada sitio, cada paso lastima, rincones y objetos se hacen inservibles. Y la casa recuerda, en un susurro triste, que alguna vez supimos ser mejores.
Si renace la alegría, renace la casa. Cuando la lucidez o el deseo vuelven a reunirnos, la casa otra vez se ilumina: tienen sentido mis papeles, cada cuarto es la evidencia de un proyecto. La casa entera es una fiesta y por la vieja escalera vuelve a correr el aliento suave y denso de la vida.
Santiago Kovadloff

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